Hablar de Gabriel Ramírez Aznar es adentrarse a un universo donde el color, la ironía y el trazo siguen vigentes a pesar de su partida. El patio del Centro Cultural Olimpo se transformó la noche del jueves en un espacio donde las anécdotas, trayectoria, legado artístico y las ideas del maestro yucateco se escucharon en voces de cuatro personajes que interactuaron con él, disfrutaron su compañía y caminaron con su arte.
La charla del homenaje póstumo duró cerca de una hora y fue un merecido reconocimiento al maestro Gabriel, al que asistieron familiares y sus seres queridos, su viuda Georgeanne Ann Huck y amigos de la comunidad artística.
La alcaldesa Cecilia Patrón Laviada se sumó al homenaje destacando lo maravilloso que es recordar a uno de los grandes artistas yucatecos, cuya obra puede disfrutarse en este momento en las salas del Centro Cultural Olimpo en la colección “Gesto y Color”.
Asimismo dijo que una de las salas del espacio cultural llevará el nombre del artista, maestro de la forma y el color como homenaje y reconocimiento al legado artístico de Ramírez Aznar.
María Teresa Mézquita Méndez, directora de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY), recordó que como parte de su labor periodística conoció primero la obra de Gabriel, más que al artista. “Quedé impactada con sus cuadros, una experiencia que no olvido, ya después en entrevistas disfrutaba mucho sus charlas”.
Luis Ramírez Carrillo, sobrino del homenajeado, profundizó más sus anécdotas, remontándose a uno de los más viejos recuerdos de la infancia sobre un sueño que acompañó a Gabriel toda su vida y que se repetía en especial cada año en las temporadas en las que pintaba con más ahínco.
Expuso que Gabriel Ramírez pintaba por una necesidad interior, no porque le quisiera decir algo a nadie. “Para él, el espectador lo tenía sin cuidado, lo mismo que vender o no vender, exponer o no exponer; no buscaba nada porque ya lo había encontrado: lo hizo muy temprano, desde los cinco años cuando evitó que el monstruo de la vida normal y cotidiana lo devorara”.
También expuso que Gabriel pintaba por necesidad de seguir sobreviviendo y finalmente, por el egoísta y personal placer que le daba el acto simple, repetido, forzoso y único de pintar.
“Por ese placer mantenía el ritual diario de la tela, el olor de la pintura, apretar los tubos y usar los colores primarios. Levantarse a las cuatro de la mañana, leer hasta que salía el sol, pintar con la primera luz del día hasta que el calor se volvía denso. Cumplida la pintura del día, su vida estaba hecha. Todo lo demás que siguiera era lo de menos”, apuntó Ramírez Carrillo.
