El año pasado, Boeing protagonizó un drama espacial que mantuvo al mundo en vilo: la crisis de la nave Starliner. Tras descubrir fugas y fallos en sus propulsores, la NASA tardó meses entre deliberaciones, pruebas y reuniones de seguridad para decidir finalmente que los astronautas Butch Wilmore y Suni Williams no regresarían en su nave, sino que esperarían a la misión Crew-9 de SpaceX para volver. Ahora, China se ha enfrentado a un escenario similar que ha resuelto en unos días. La premura tiene su explicación.
Una ventana agrietada. La noticia saltó el 5 de noviembre. La misión Shenzhou-20, tripulada por Chen Dong, Chen Zhongrui y Wang Jie, se preparaba para regresar a la Tierra después de seis meses en la estación espacial china Tiangong. Sin embargo, durante las inspecciones previas al desacople, los astronautas detectaron una anomalía que entonces no se hizo pública, pero que ahora conocemos: “pequeñas grietas” en el cristal externo de una de las ventanas de la cápsula.
Tras analizar fotografías y hacer simulaciones en túneles de viento, los ingenieros de la CMSA (la Agencia Espacial Tripulada de China) determinaron que el daño había sido causado posiblemente por el impacto de micrometeoroides o pequeños fragmentos de basura espacial, comprometiendo la integridad estructural de la nave. La conclusión puso a los astronautas chinos en un aprieto: la cápsula “no cumplía las condiciones para un regreso tripulado seguro”.
El juego de las sillas en órbita. A diferencia de la Estación Espacial Internacional, la estación espacial Tiangong no tiene capacidad de albergar durante mucho tiempo a seis astronautas, por lo que había que traer a la tripulación de la Shenzhou-20 lo antes posible.
