La inteligencia artificial ha convertido la energía en el nuevo cuello de botella tecnológico. Y ante ese límite, algunas de las mayores empresas del mundo han comenzado a mirar hacia arriba. Por poner algunos ejemplos, Jeff Bezos ha hablado de “clústeres gigantes de IA orbitando el planeta” en una o dos décadas. Google ha experimentado con ejecutar cálculos de inteligencia artificial en satélites alimentados por energía solar. Nvidia respalda startups que quieren lanzar GPUs al espacio. Incluso OpenAI ha tanteado la compra de una empresa de cohetes para asegurarse un camino propio fuera de la Tierra.
La promesa es seductora: centros de datos solares funcionando sin descanso, sin redes eléctricas ni torres de refrigeración. El problema es que, cuando se pasa del relato a la física, la ingeniería y los números, la idea empieza a resquebrajarse.
Centros de datos en el espacio. Hay una pregunta que orbita en este asunto: ¿por qué las tecnológicas quieren enviar centros de datos al espacio? La motivación a simple vista es clara. Según datos de la Agencia Internacional de la Energía, el consumo eléctrico de los centros de datos podría duplicarse antes de 2030, impulsado por la explosión de la IA generativa. Entrenar y ejecutar modelos como ChatGPT, Gemini o Claude requiere cantidades masivas de electricidad y enormes volúmenes de agua para refrigeración. En muchos lugares, estos proyectos ya se topan con la oposición local o con límites físicos de la red.
En este contexto, el espacio aparece como una solución tentadora. En determinadas órbitas, los paneles solares pueden recibir luz casi constante, sin nubes ni ciclos nocturnos. Además, como explican Bezos y otros defensores, el vacío espacial parece ofrecer un entorno ideal para disipar calor sin recurrir a torres de refrigeración ni a millones de litros de agua dulce. Según este argumento, los centros de datos espaciales serían más eficientes, más sostenibles y, con el tiempo, incluso más baratos que los terrestres. Para algunos ejecutivos, no sería una excentricidad, sino la “evolución natural” de una infraestructura que ya empezó con los satélites de comunicaciones.
Cuando los ingenieros levantan la mano. Frente al entusiasmo de los comunicados corporativos, varios expertos en ingeniería espacial han sido mucho más contundentes. En uno de los textos más citados sobre el tema, un exingeniero de la NASA con doctorado en electrónica espacial y experiencia directa en infraestructura de IA en Google resume su posición sin rodeos: “Esta es una idea terrible y no tiene ningún sentido”.
