Gustavo Monroy retoma la referencia visual del “Huey Tzompantli”, resaltando la brutalidad y solemnidad de la muerte.
El muralismo mexicano surgió en el Colegio de San Ildefonso en la década de 1920, impulsado por José Vasconcelos, quien convocó a Diego Rivera, Fernando Leal, Fermín Revueltas, Ramón Alva de la Canal, Jean Charlot, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco a pintar sus muros, lo que marcó el inicio de un movimiento artístico que transformaría la historia del arte en México. Aquellos artistas plasmaron el origen histórico y mítico de México, abordando temas como el mestizaje, la revolución y la clase obrera y consolidando al recinto como un espacio fundamental para el arte y la educación en el país.
Siguiendo esta línea de diálogo entre historia, sociedad y expresión artística, San Ildefonso exhibe Tzompantli, obra monumental de Gustavo Monroy, un artista que ha desarrollado un lenguaje visual propio que, con crudeza y sensibilidad, entrelaza memoria y presente. Su propuesta trasciende la contemplación estética: busca confrontar al espectador con las huellas de la violencia que atraviesa el México actual, invitándolo a reconocer en las imágenes el eco de una herida compartida.
Gustavo Monroy retoma la referencia visual del “Huey Tzompantli”, resaltando la brutalidad y solemnidad de la muerte para transmitir la idea de un sacrificio colectivo y evocar el rol de los mexicas como guerreros al servicio de sus dioses. Mediante una composición que estratifica paisajes y capas temporales, el mural vincula el pasado prehispánico con la actualidad, recreando un territorio mexicano marcado por los restos simbólicos de quienes han fallecido a causa de diversos conflictos sociales.
A lo largo de más de cuatro décadas, Monroy ha construido una obra que, en sus propias palabras, puede entenderse como una auténtica “bitácora de la violencia” en México. La mayor parte de sus piezas reflejan problemáticas que no sólo atraviesan la vida del país, sino que también, son universales: migraciones, desapariciones forzadas, masacres, feminicidios, opresión e injusticia. En este contexto, Tzompantli se erige como un clamor por la justicia olvidada y por el derecho a la vida arrebatada. A través de la resignificación de la muerte ritual como ofrenda a Huitzilopochtli, la obra representa un desmoronamiento social y, al mismo tiempo, una forma de resistencia de la vida frente al olvido.
La obra comenzó a gestarse en 2020 y concluyó en 2025; en medio de la incertidumbre global provocada por COVID-19, el autor encontró su inspiración en el hallazgo de una nueva sección del Huey Tzompantli, descubierto por primera vez en 2015 en la calle de Guatemala No. 24, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Ideada inicialmente como un tributo a los fallecidos por la pandemia, esta monumental pieza de óleo sobre tela de 3.10 metros de alto por 11 metros de largo, fue ampliando su significado hasta integrarse a la narrativa contemporánea, en la que se acumulan víctimas no solo del virus, sino también de violencias anónimas que forman parte de este altar simbólico de cráneos sacrificados. En este sentido, la inauguración del mural adquiere un valor histórico al coincidir con el décimo aniversario del descubrimiento de aquel vestigio arqueológico, pero también por responder a los reclamos sociales de verdad y justicia que en la actualidad enarbolan los colectivos de víctimas, madres buscadoras y defensores de los derechos humanos.
Con esta intervención, Gustavo Monroy prolonga el pulso del muralismo del siglo XX, al convertir su trabajo en una resonancia de reflexión y en un llamado al compromiso social. Su pieza se erige como un réquiem, compuesto por cortes transversales del paisaje que recorren desde la época prehispánica hasta nuestros días, en un acto de expiación frente a las realidades que nos hieren y conmueven. De este modo, San Ildefonso reafirma la vigencia de esta corriente artística como un lenguaje que no se limita a la memoria histórica, sino que interpela al presente, como lo han mostrado también las intervenciones temporales de artistas contemporáneos que con anterioridad se han presentado en espacio: Paola Delfín, Pilar Cárdenas (Fusca), Baltazar Castellano Melo, Dyg’Nojoch y Alberto Castro Leñero.
Sobre el autor
Gustavo Monroy nació en la Ciudad de México en 1959 y estudió en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda. Desde mediados de los años ochenta, su obra ha destacado en el ámbito nacional e internacional, formando parte de importantes museos y colecciones en México y Estados Unidos. Entre ellas se encuentran el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, el Museo de Arte Contemporáneo de Aguascalientes, el Museo Nacional de la Estampa, el Museo Universitario de Ciencias y Artes de la UNAM, el Museo de Arte Contemporáneo Carrillo Gil, así como el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York, el Museum of Art de la University of Arizona, el Latin American Art Museum de Long Beach, el Mexican Museum de California, el Princeton University Museum, el Museo Casa Diego Rivera en Guanajuato, el National Museum of Mexican Art en Chicago y el Museo Alfredo Zalce en Morelia, Michoacán.
Pintor, grabador y dibujante, Monroy ha participado activamente en la vida cultural del país, construyendo una obra que recupera la memoria de los tiempos violentos de México. Ha recibido diversos reconocimientos, entre ellos el Premio de Pintura de la IX Bienal Rufino Tamayo. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y ha fungido como jurado en certámenes nacionales, como la XII Bienal Rufino Tamayo.