El Altar de Muertos es mucho más que una tradición visual y es que simboliza la relación entre los vivos y las almas que regresan, acogiendo esperanzas, memorias y rituales. En su estructura y elementos convergen influencias indígenas y cristianas, mostrando una cosmovisión donde la muerte no es el final sino una transición que merece respeto y acompañamiento. Así, el altar sirve como puente simbólico y físico que guía a los difuntos en su breve visita y ofrenda a quienes los recuerdan.
En cuanto a los elementos que lo componen, cada uno tiene un papel esencial: el agua calma la sed después del viaje; las velas iluminan y guían; la flor de cempasúchil abre el camino con su aroma; el pan de muerto representa tanto la vida como la muerte; el papel picado alude al aire y al movimiento de las almas; la sal purifica el espíritu; el copal o incienso limpia el ambiente; y las calaveritas, fotografías y objetos personales recuperan la identidad del difunto. Cada símbolo es una voz que habla al misterio del regreso.
Y si hablamos del altar de siete niveles, su estructura refleja el trayecto espiritual que el alma debe recorrer para alcanzar la paz:
• Nivel 1: se coloca la imagen del santo o deidad para protección del ritual
• Nivel 2: dedicado a las ánimas del purgatorio, con vela y ayuda espiritual
• Nivel 3: la sal, para purificar el espíritu
• Nivel 4: pan de muerto, como ofrenda sustancial
• Nivel 5: las comidas y frutas favoritas del difunto
• Nivel 6: fotografías y recuerdos que personalizan la ofrenda
• Nivel 7: una cruz de cal, semillas o flores que simboliza el paso final hacia lo divino
Este escalonamiento encarna la creencia de que el alma debe pasar por etapas de purificación y guía simbólica antes de descansar, integrando elementos religiosos y ancestrales en una arquitectura sagrada que honra la memoria y afianza la tradición.