En los últimos meses, Ucrania ha intensificado sus ataques con drones contra refinerías de petróleo rusas, afectando directamente la producción de combustible en varias regiones del país vecino. Según reportes, al menos 21 de las 38 principales refinerías rusas han sido impactadas desde enero, generando una fuerte escasez de gasolina y diésel. Las consecuencias ya se reflejan en la vida cotidiana de los ciudadanos rusos, donde las largas filas en las gasolineras y la suspensión temporal de operaciones se han vuelto parte del panorama.
El presidente Volodymyr Zelensky ha afirmado que estos ataques tienen un propósito estratégico: debilitar la economía energética de Rusia para forzarla a negociar el fin del conflicto. Las ofensivas no solo se han dirigido a zonas fronterizas, sino también a instalaciones situadas a más de mil kilómetros de Ucrania, como la refinería de Gazprom Neftekhim Salavat en Bashkortostán, una de las más grandes del país, que fue atacada en dos ocasiones a finales de septiembre.
Además, Kyiv ha centrado su ofensiva en refinerías clave como las de Volgogrado y Riazán, fundamentales para el suministro tanto civil como militar de Rusia. Los daños ocasionados por estos ataques han paralizado temporalmente la producción y evidencian la capacidad ucraniana de impactar en la infraestructura energética de su adversario. Con esta nueva estrategia, Ucrania busca presionar donde más duele: en el motor económico que impulsa la maquinaria de guerra rusa.