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2025 un año de catástrofes que dejó cicatrices en el planeta

El 2025 quedará inscrito en la memoria colectiva como el año en que la resiliencia humana fue llevada al límite: desasatres naturales, inestabilidad bélica y despertar sociopolítico. Desde las fallas tectónicas en Asia hasta derrocamientos de gobiernos, los últimos doce meses han dejado una huella profunda en el mapa global.

La tierra rugió con potencia devastadora. La región de Sagaing, en Myanmar, colapsó bajo un terremoto que el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) catalogó con una magnitud de 7.7, derribando infraestructura crítica. La tragedia tuvo réplica en el archipiélago filipino, donde un doble sismo —primero de 7.4 y posteriormente de 6.8— activó los protocolos de alerta de tsunami, redibujando la costa entre deslizamientos y el temor de la población.

México no fue ajeno al castigo de la naturaleza. En junio, el Huracán Erick impactó el Pacífico, tocando tierra con fuerza en los límites de Oaxaca y Guerrero. Mientras la Coordinación Nacional de Protección Civil confirmaba un saldo de dos decesos directos una cifra humana contenida gracias a la prevención. El gobierno de Oaxaca estimó pérdidas patrimoniales superiores a los 1,500 millones de pesos, con un censo de 2,500 familias damnificadas y cerca de 2,000 viviendas con daños estructurales en 30 municipios. En paralelo, la Comisión Federal de Electricidad (CFE) reportó el colapso del suministro para 123,757 usuarios en la franja costera de ambos estados, paralizando la actividad turística y comercial durante semanas críticas para la economía local.

El otoño trajo un cambio de escenario hídrico. En el Golfo de México, precipitaciones atípicas provocaron el desbordamiento del río Cazones. Poza Rica, Veracruz, se convirtió en el epicentro de una inundación histórica reportada por la Conagua. Este desastre se sumó a un cuadro climático regional severo que, según el recuento consolidado de las fiscalías estatales y protección civil, sumó 76 fallecidos en la temporada, dejando colonias enteras bajo el lodo.

Mientras el clima golpeaba, los conflictos armados continuaron cobrando vidas. En la Franja de Gaza, la crisis humanitaria se agudizó. Hacia la primavera de 2025, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA) estimaba entre 50.000 y 52.000 fallecidos acumulados en el conflicto Israel-Hamas, cifras que los monitoreos independientes continuaron ajustando al alza.

En Europa del Este, la guerra en Ucrania mantuvo su desgaste, con la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos (ACNUDH) verificando decenas de miles de bajas civiles desde el inicio de la invasión. En África, el conflicto en Sudán consolidó una crisis masiva; registros del proyecto ACLED documentan un piso de 28.000 muertes confirmadas, aunque estudios académicos sugieren un subregistro dramático.

Sin embargo, no todo el caos provino de la guerra tradicional. En un hito histórico para la región del sur de Asia, Nepal vivió un cambio de régimen impulsado por el cansancio ciudadano a la corrupción. La llamada “Revolución de la Generación Z” culminó con el derrocamiento del liderazgo tradicional tras una resistencia civil violenta, con incendios al Parlamento y demás edificios público, que hizo caer al primer ministro. A pesar de las interrupciones masivas de internet impuestas por el estado para frenar la organización juvenil, la movilización digital prevaleció, marcando, según analistas del International Crisis Group, el primer cambio de poder en Asia orquestado íntegramente por nativos digitales bajo demandas de transparencia y reforma constitucional.

Conclusión El 2025 cierra no solo con el recuento estadístico de los daños, sino con la evidencia tangible de un mundo que, entre escombros naturales, trincheras humanas y nuevas revoluciones sociales, busca desesperadamente el camino a la reconstrucción.