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Impacto psicológico después de los desastres naturales

Los desastres naturales forman parte de la historia de la humanidad y, a pesar de los avances tecnológicos, no pueden prevenirse. Terremotos, huracanes, inundaciones o incendios ocurren sin previo aviso, dejando a su paso pérdidas materiales y humanas. Más allá de los daños visibles, estos eventos pueden generar secuelas emocionales profundas que afectan la salud mental de las personas y su capacidad para retomar la vida cotidiana.

Tras algunos eventos de esta categoría, como los sismos, algunas personas desarrollan estrés postraumático (TEPT), una condición que afecta la forma en que se procesan los recuerdos, las emociones y las reacciones ante estímulos cotidianos.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), hasta un 30% de las personas expuestas directamente a desastres de gran magnitud presentan síntomas de TEPT,
como ansiedad intensa, insomnio, pesadillas, sobresaltos constantes o evitación de lugares y situaciones que recuerden el evento.

En México, el 19 de septiembre es una fecha de memoria colectiva por los terremotos de 1985 y 2017. Aunque para muchos representa un recordatorio de la capacidad de organización y ayuda mutua, para otros es un detonante emocional que revive sensaciones de miedo, impotencia o tristeza.

La resiliencia, entendida como la capacidad de adaptarse y recuperarse frente a la adversidad, es una de las fortalezas más visibles en la sociedad mexicana. La solidaridad comunitaria, las brigadas de ayuda y la reconstrucción colectiva son ejemplos de cómo, incluso ante la tragedia, es posible generar vínculos y aprendizajes que fortalecen a las personas y comunidades.