El cambio climático ya no es solo una preocupación ambiental, también es una realidad económica. En México, fenómenos como sequías prolongadas, lluvias atípicas y huracanes más intensos están afectando directamente la producción agrícola y los costos energéticos, lo que se traduce en presiones inflacionarias que todos resienten en su día a día.
Ejemplo de ello fue la sequía entre 2021 y 2022, que redujo cultivos como el maíz, el frijol y el tomate, disparando sus precios. El noroeste del país, una de las zonas agrícolas más productivas, sufre sequías recurrentes, poniendo en riesgo tanto la producción alimentaria como la estabilidad de precios a nivel nacional.
Economistas y el propio Banco de México reconocen que estos fenómenos, aunque transitorios, son cada vez más frecuentes y afectan la oferta de bienes y servicios, complicando la tarea de controlar la inflación solo con tasas de interés.
La solución no solo está en la política monetaria, sino en infraestructura resiliente, manejo eficiente del agua y una transición energética real. De no actuar, la economía mexicana seguirá enfrentando una volatilidad creciente causada por el clima.