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Padres Coreanos, toman medidas drásticas para entender a sus hijos.

Lo único que conecta cada pequeña habitación de la Fábrica de la Felicidad, en Corea del Sur, con el mundo exterior es un agujero en la puerta por el que se entregan las comidas.

No se permiten teléfonos ni computadoras portátiles dentro de estas celdas de 5 metros cuadrados, y sus habitantes solo tienen las paredes desnudas por compañía.

Los residentes pueden vestir uniformes carcelarios azules, pero no son reclusos: han venido a este centro para vivir una “experiencia de confinamiento”.

La mayoría tiene una cosa en común: un hijo que se ha apartado por completo de la sociedad.
Celda de aislamiento
Estos reclusos se conocen como hikikomori, un término acuñado en Japón en la década de 1990 para describir el severo retraimiento social de adolescentes y adultos jóvenes.
Desde abril, los padres han estado participando en un programa educativo para progenitores de 13 semanas de duración financiado y dirigido por dos organizaciones no gubernamentales: la Fundación Juvenil de Corea y el Centro de Recuperación Ballena Azul.

El objetivo del plan es enseñar a las personas cómo comunicarse mejor con sus hijos.

El programa incluye tres días en una habitación que replica una celda de aislamiento en una instalación en Hongcheon-gun, en la provincia de Gangwon.

La esperanza es que el aislamiento permita a los padres comprender más profundamente a sus hijos.

“Prisión emocional”
El hijo de Jin Young-hae lleva tres años aislado en su habitación.

Pero desde que pasó un tiempo confinada, la señora Jin (nombre ficticio) entiende un poco mejor la “prisión emocional” de su hijo de 24 años.

“Me preguntaba qué hice mal para que mi hijo terminara así, y es doloroso pensar en ello”, dice la madre de 50 años.

“Pero ahora al reflexionar obtuve algo de claridad”.

Renuencia a hablar
Su hijo siempre ha tenido talento, dice Jin, y ella y el padre del joven tenían grandes expectativas para su desarrollo.

Pero el joven a menudo se enfermaba, le costaba mantener amistades y desarrolló un trastorno alimentario que le dificultaba asistir a la escuela.

El joven empezó a asistir a la universidad y todo pareció ir bien durante un semestre, pero un día se retiró por completo.

Verlo encerrado en su habitación, descuidando la higiene personal y las comidas, rompió el corazón de Jin.

Aunque la ansiedad, las dificultades en las relaciones con familiares y amigos, y la decepción por no haber sido aceptado en una de las mejores universidades pueden haber afectado a su hijo, él se muestra reacio a hablar con su madre sobre lo que realmente está mal.