La crisis entre China y Japón ha entrado en una fase más profunda y simbólicamente más dura, marcada por un tránsito claro de la presión militar directa a la coerción política, cultural y emocional. Todo comenzó tras las declaraciones de la primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, al afirmar que un ataque chino contra Taiwán supondría una amenaza existencial para Japón, una frase que Pekín interpretó como la antesala de una posible implicación militar nipona en un conflicto sobre la isla.
De la advertencia al castigo. Desde aquellas palabras, China ha elevado el pulso con una combinación calculada de demostraciones de fuerza y represalias indirectas: cazas J-15 iluminando con radar a aviones japoneses desde el portaaviones Liaoning, vuelos conjuntos de bombarderos estratégicos chinos y rusos cerca del archipiélago japonés y una campaña diplomática que busca aislar a Tokio recordando el pasado imperial japonés y su papel en la Segunda Guerra Mundial.
El cielo como mensaje. Las maniobras aéreas no son incidentes aislados, sino mensajes cuidadosamente coreografiados. El paso del Liaoning al sur de Okinawa, los enganches de radar y los vuelos de bombarderos con capacidad nuclear sobre el mar de Japón y el mar de China Oriental forman parte de un patrón de intimidación que busca subrayar dos ideas: que China está dispuesta a escalar y que Japón no puede contar con una respuesta automática de Estados Unidos.
Washington, centrado en estabilizar su relación con Pekín y ambiguo sobre su grado de implicación en una crisis por Taiwán, ha dejado a Tokio en una posición incómoda. Solo tras los vuelos chino-rusos llegó una respuesta conjunta con bombarderos B-52 estadounidenses y cazas japoneses, una señal de disuasión que no despeja la incertidumbre de fondo y que confirma que el equilibrio regional se ha vuelto más frágil.
La presión cambia. Pero el giro más revelador de la estrategia china llega cuando la confrontación ha abandonado el plano estrictamente militar y se ha filtrado en la vida cotidiana. Pekín ha instado a sus ciudadanos a evitar Japón, ha desalentado a estudiantes chinos a matricularse en universidades japonesas, ha reducido vuelos y ha dejado caer el turismo organizado.
A ello se suma una cascada de cancelaciones culturales: conciertos suspendidos, proyecciones anuladas y espectáculos celebrados en pabellones vacíos tras decisiones de los organizadores chinos. No se trata de gestos improvisados, sino de una forma de castigo selectivo que busca generar costes visibles para Japón sin cruzar umbrales militares, una advertencia dirigida tanto a Tokio como a otros países tentados de expresar compromisos similares con Taiwán.
