Si el 2025 tuvo un protagonista indiscutible en la conversación de conciertos en México, ese fue Luis Miguel, pero no precisamente por su presencia física en el escenario, sino por el espectáculo digital que se arma cada vez que anuncia fechas en la Arena CDMX. El país entero entra en modo alerta, los grupos de WhatsApp arden, los memes se preparan y las filas virtuales se vuelven deporte extremo.
Cuando se liberaron los boletos para sus presentaciones 2025, el fenómeno fue el mismo de siempre: agotados en minutos. La plataforma de venta parecía no respirar, los fans veían el reloj como si fuera countdown de Año Nuevo y la paciencia se esfumaba conforme avanzaba la barra de carga. Algunos aseguraban que el sistema los “sacaba”, otros que los lugares se iban como pan caliente y la mayoría coincidía en lo mismo: comprar boleto para ver a El Sol también es un certamen de resistencia emocional.
Los precios dinámicos tampoco ayudaron a la calma. Hubo quienes celebraron conseguir un asiento en zona alta y otros que lamentaron que la experiencia premium costara casi como entrada a un evento internacional. Pero el chisme real no fue el costo, fue el ritual: México ama a Luis Miguel incluso cuando le complica amarlo. El espectáculo no empezó cuando él cantó, empezó cuando el país entero intentó entrar a la fila digital para verlo cantar.
Entre nostalgia, expectativa y desesperación colectiva, Luis Miguel demostró una vez más que en México el entretenimiento no es solo el concierto, es el drama previo que lo convierte en evento cultural. Porque ver a El Sol no es casualidad, es destino, batalla y celebración.
