Nuestra Señora de la Soledad es una de las advocaciones marianas más profundas del catolicismo, pues representa a María en el momento más doloroso de su vida, tras la muerte y sepultura de su hijo Jesús. Esta imagen simboliza el séptimo dolor de la Virgen y encarna la tristeza, la fortaleza y la fe ante la pérdida. Con el paso del tiempo, su figura se convirtió en un referente espiritual para generaciones enteras, especialmente para el pueblo oaxaqueño, que la reconoce como su santa patrona.
La tradición cuenta que su llegada a Oaxaca ocurrió de manera misteriosa en el siglo XVI, cuando una mula cargada con un pesado cajón apareció entre mercaderes que viajaban hacia la ciudad. Al desplomarse el animal cerca de la antigua ermita de San Sebastián, las autoridades descubrieron en su interior las imágenes de Jesús y de la Virgen de la Soledad, acompañadas de un mensaje que indicaba su nombre. Al no aparecer dueño alguno, el suceso fue interpretado como un designio divino y, con el tiempo, se levantó un majestuoso templo barroco donde hoy se le venera, convirtiendo a Oaxaca en el centro de su devoción.
Cada 18 de diciembre, la ciudad se transforma para rendirle homenaje con misas solemnes, procesiones, calendas, música y fuegos artificiales en la Basílica de Nuestra Señora de la Soledad. A ella se le pide consuelo en el dolor, protección para las familias, fortaleza en la enfermedad, perdón y esperanza en los momentos difíciles, razones por las que es considerada milagrosa por sus fieles. Su imagen no solo representa la fe, sino también la identidad y la resistencia espiritual de las y los oaxaqueños.
