Skip to content

cuando la violencia se vuelve rutina y ya nadie la cuestiona

Aunque noviembre pone sobre la mesa la conversación sobre la violencia contra las mujeres, la realidad es que muchos tipos de agresiones se viven a diario sin que nadie las nombre. El violentómetro muestra con claridad cómo estas violencias comienzan con acciones aparentemente “pequeñas”: burlas, chantajes emocionales, celos disfrazados de amor, humillaciones o control sobre cómo visten o con quién hablan. Son conductas que gran parte de la sociedad normaliza, pero que representan las primeras señales de alerta de un ciclo que fácilmente escala.

El siguiente nivel del violentómetro incluye agresiones más directas como empujones, manotazos, amenazas, destrucción de objetos personales, tocamientos sin consentimiento o aislamiento forzado. Aunque estas acciones ya expresan violencia física y psicológica más evidente, muchas mujeres las callan por miedo, culpa o porque el entorno minimiza lo sucedido. La repetición de estas dinámicas va cerrando la libertad de la víctima, dejándola atrapada entre el miedo y la dependencia emocional o económica.

En su fase más grave, el violentómetro expone agresiones que ponen en riesgo la vida: golpizas, quemaduras, violaciones, intentos de estrangulamiento y finalmente el feminicidio. Estos niveles no aparecen de la nada; se construyen desde la normalización de lo “leve”, aquello que durante años se trató como broma, como costumbre o como “cosas de pareja”. Por eso noviembre no solo invita a reflexionar, sino a reconocer que la violencia inicia mucho antes del golpe: empieza en palabras, actitudes y silencios que la sociedad no puede seguir ignorando.