Hace algunos años, Twitter decidió que otorgar estrellitas doradas a los tuits favoritos no bastaba. Que el amor tenía que abrirse paso en forma de corazoncitos. Independientemente del resultado, eso nos hizo pensar en el propio icono del corazón: ♥ ¿Cómo demonios un trozo de carne diseñada como bomba de fontanería sanguínea se convirtió en esa forma limpia? ¿Y en qué momento lo convertimos en el símbolo del amor?
Hemos revisado la historia del símbolo y del órgano, desde las cavernas en adelante, en busca del amor. ¿La respuesta más simple? Los seres humanos tenemos tendencia a adoptar nuestros errores como símbolos. Incluso cuando ya hemos descubierto que eran errores.
La forma del corazón
El mejor ejemplo es la Caja de Pandora. Desde que Erasmo de Rotterdam tradujo el mito griego al latín y metió la pata con una palabra, la tinaja que contenía todos los males del mundo se convirtió en una caja. Hace 400 años de eso. Y con el corazón pasa algo parecido.
El neurocirujano holandés Pierre Vinken estudió la historia del corazón como símbolo en The Shape of the Heart, donde repasa cómo nuestros antepasados empezaron a preguntarse qué era esa cosa que teníamos dentro. Hablamos de un par de milenios antes de que descubriésemos para qué servía.
Pero la historia del símbolo es todavía anterior: en tres localizaciones francesas, la antropóloga Genevieve von Petzinger identificó una figura recurrente con forma de corazón. Y en más cuevas europeas observó unos cuantos símbolos más, de uso común. Para von Petzinger, los símbolos suponen el primer salto de representar figuras concretas (los bisontes y demás arte rupestre prehistórico) a ideas abstractas. Tal vez un protoalfabeto.
