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El sueño que experimentaban nuestros antepasados es diferente al de ahora

Son las dos o las tres de la mañana y algo en tus ojos hace clic. Te despiertas. Hay cinco segundos de desorientación. Intentas volverte a dormir, pero mucha gente no puede. De hecho, esos despertares de madrugada llegan a convertirse en una maldición.

Por eso, cuando ven por redes sociales que hay expertos que recomiendan dormir en dos bloques (o en más); es más, cuando leen que el sueño bifásico es lo ‘normal’ biológicamente hablando, piensan que quizás no tienen un problema. Quizás, solo quizás, el problema tiene la sociedad.

¿Qué hay de cierto en todo esto?

Cómo duermen los seres humanos. Hace unos años, el historiador Thomas Ekirch descubrió referencias recurrentes a los “primeros sueños”. No era algo aislado: las encontró en documentos que cubrían no sólo la edad media sino también la edad moderna. Muchos siglos de “primero sueños” que contrastaban con que, en fin, él no sabía de qué estaban hablando.

Decidió investigarlo con detalle y, con ello, consiguió compilar una serie de pruebas historiográficas de la existencia de un sueño bifásico en estos periodos: según sus investigaciones, el primer sueño duraba desde las 9 a las 11 de la noche. Luego habría un periodo de vigilia (que se dedica a actividades de lo más diverso: charlar, rezar, visitar vecinos…) y, posteriormente, habría otro periodo de sueño vuelto a dormir hasta el amanecer.

No es solo algo histórico. Seducido por las ideas de Ekirch, el psiquiatra Thomas Wehr realizó un experimento con 15 sujetos a los que se les dejaba sin luz artificial. Descubrió que, bajo determinadas restricciones (básicamente limitar sus actividades de ocio), los participantes adoptaban un patrón bifásico.

Esto ha disparado los ‘evangelizadores del bifásico’. Y, de hecho, cada vez es más común encontrarse con gente que lo defiende. El problema es que este patrón ‘natural’ es muy discutible. Sí, en la era pre-industrial europea muchos dormían en dos fases: pero eso no es lo ‘natural’. Como el mismo Wehr descubrió es, en todo caso, la adaptación natural a los días cortos (de entorno a 10 horas).