Las ánimas de los difuntos de la comunidad lhima’alh’ama’ (tepehua) de Pisaflores, Ixhuatlán de Madero, en Veracruz, llegaron al Museo Nacional de Antropología (MNA) para reencontrarse con sus seres queridos, en medio de flores, copal, comida y bebida; todo en un ambiente alegrado por sones, danzas y el ritmo de los huapangos, como una muestra de su concepción de la vida y la muerte.
Como ya es tradición en el recinto museal, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) inauguró su ofrenda de Día de Muertos, la cual permanecerá en el patio central hasta el 2 de noviembre de 2025, y está dedicada a esta cultura circunscrita a la región Huasteca, cuyo idioma pertenece a la familia lingüística identificada como totonaco-tepehua.
El subdirector de Etnografía del MNA, Arturo Gómez Martínez, encabezó la inauguración y subrayó que el MNA se honra con la presencia de los lhima’alh’ama’ y sus ceremonias dedicadas a los muertos, tal como lo hacen en sus propias comunidades, ya que se trata de un espacio en el que se muestran no solo las evidencias arqueológicas de antiguas civilizaciones, sino también las manifestaciones culturales de los pueblos vivos.
Conocida por los lhima’alh’ama’ como Santoro, esta celebración inicia la madrugada del 17 de septiembre, con un repique de campanas que se repite cada 15 días, hasta la tercera semana de octubre, cuando el tañido se realiza cada tercer día, hasta los días 1 y 2 de noviembre, cuando las campanas suenan todo el día en Pisaflores, explicó el profesor Basilio Sánchez García, quien coordinó al grupo que presentó el ritual y describió cada una de las actividades que realizan en este contexto.
En ese lapso, la gente reúne todo lo necesario para la festividad. Compran ropa, calzado, sombreros, morrales, pañuelos, velas, platos, cazuelas, incienso, copal, chile, pipián, ajonjolí, especias, refrescos, aguardiente o chocolate y preparan un altar temporal y exclusivo para estas fechas.
El 1 de noviembre está dedicado a las ánimas de las y los niños, mientras que el siguiente día está consagrado a los adultos. Los altares se decoran con arcos de estructura de madera, forrados con palmas camedor y adornados con cempasúchil y mano de león, de los cuales penden frutas, coronas de palma y pan de muerto con forma de muñecos.
El olor del copal anuncia el movimiento y son las mujeres quienes comienzan a poner las ofrendas en el altar, alrededor de las cinco de la mañana, mientras el resto de los integrantes de la familia quema fuegos artificiales afuera de cada domicilio. “En esta fecha (1 de noviembre), comúnmente ofrendamos comida o guisos no picosos, pensando en los niños; regularmente, ponemos dulce de calabaza, tubérculos, dulces, refrescos, frutas y todo aquello que consideramos que les gustaba”, explicó.
Para el 2 de noviembre, las y los pisafloreños acostumbran visitar a los padrinos o “papás de costumbre”; las mujeres llevan canastas con pan y cubetas con mole, mientras que los varones portan en su morral refrescos o cargan con cartones de cerveza que también entregarán. Asimismo, las y los ahijados reciben obsequios.
Tras la visita, los tepehuas acuden al panteón, a donde llevan platillos y frutas, similares a los dispuestos en los altares domésticos. Ahí, en medio del humo del copal, adornan los sepúlcros con coronas coloridas e imágenes de santos; dejan la comida sobre las tumbas, mientras a su alrededor riegan con cerveza, aguardiente o refresco; una convivencia entre vivos y muertos, musicalizada por tríos de huapangos o bandas de viento.
Sánchez García mencionó que, en estos días, todas las personas destinan su tiempo a convivir con sus difuntos y forman parte activa de la instalación de la ofrenda y de la celebración de los rituales. “Según la tradición tepehua, a las personas que no se dignan a recordar y a ofrendar a sus muertos, algo malo les puede suceder, razón por la cual, desde pequeños, se les inculca esta tradición”, finalizó.
En la inauguración también estuvieron la coordinadora nacional de Antropología del INAH, Paloma Bonfil Sánchez; la directora de Etnología y Antropología Social, Karla Vivar Quiroz; y el subdirector de la fonoteca del INAH, Benjamín Muratalla.
