En Oaxaca el pan de muerto no es cualquier pan. Es el que huele a altar, a anís, a horno de barro y a familia reunida. Desde días antes, los panaderos ya andan metidos entre harina y fuego, preparando ese pan que une a los que están y a los que ya se fueron.
Cada colonia, cada pueblo, tiene su estilo. Hay quien le pone ajonjolí, otros azúcar rosita, y no falta quien lo adorne con caritas o figuras que solo aquí se ven. Pero detrás de cada uno hay lo mismo: cariño, respeto y esa costumbre de nunca olvidar.
Mientras el pan se hornea, se escuchan risas, se comparte café y se cuentan historias. Porque en Oaxaca, la muerte no se esconde ni se teme, se celebra entre aromas y sabores. Y cuando el pan sale calientito, se parte con amor, porque sí, es pa’l altar… pero también pa’ compartirlo con los vivos.
El pan de muerto es más que una receta, es un abrazo que llega desde el horno hasta el alma. Una forma de decir: “te seguimos recordando”, con cada mordida que sabe a nostalgia, a fiesta y a Oaxaca.
