México, uno de los mayores consumidores de maíz en el mundo, ha visto una drástica caída en su autosuficiencia alimentaria, pasando del 72% al 42% en los últimos 30 años. Actualmente, solo produce el 49% del maíz que necesita para su consumo interno, lo que refleja una creciente dependencia de las importaciones para satisfacer su demanda alimentaria.
El maíz, base fundamental de la dieta mexicana, es el cultivo más afectado por esta crisis. En estados como Sinaloa, el costo de producción por hectárea ha aumentado un 47% desde 2020, alcanzando los $52,901 en 2025. Sin embargo, el precio de venta de este maíz ha caído más de un 40% desde su pico en 2022, lo que está afectando la rentabilidad de los productores. A nivel nacional, la producción de granos ha crecido solo un 18% desde 1994, mientras que el consumo ha aumentado un 147%, lo que ha hecho que México dependa de las importaciones para gran parte de sus necesidades.
Hoy en día, el país importa el 51% de su maíz, el 20% de su trigo, el 20% de su arroz, y un alarmante 80% de su frijol, además de solo producir el 5% de sus oleaginosas. Estos niveles de dependencia ponen en riesgo la soberanía alimentaria del país y lo hacen vulnerable a fluctuaciones internacionales, como las vividas durante la pandemia o posibles conflictos bélicos.
Además, la estructura agrícola de México sigue siendo desigual: el 82% de las unidades agrícolas tienen menos de 5 hectáreas, solo el 6.1% tiene acceso a crédito y apenas el 1.9% cuenta con seguro agrícola. Esta fragmentación limita las posibilidades de crecimiento y productividad en el sector agropecuario.
La situación es crítica: México enfrenta un panorama donde el aumento de la demanda y la falta de una mayor producción local de granos pone presión en la economía, afectando los precios de productos básicos como tortillas, pan, carne, huevo y leche, y ampliando la brecha entre la producción y el consumo nacional.