Desde finales de 2022 asistimos, en directo, a la revolución de la inteligencia artificial. El lanzamiento de ChatGPT abrió una etapa de inversión y de expectativas que ha encumbrado a actores como NVIDIA y ha colocado a OpenAI entre las startups más influyentes. Pero toda revolución tiene un reverso. A medida que la IA avanza, también crece la lista de demandas y la pregunta que nadie puede esquivar: quién asume el riesgo cuando algo sale mal.
En Estados Unidos, cada avance tecnológico llega acompañado de una avalancha de demandas. No es solo una costumbre: forma parte del sistema. Si una empresa hace algo que genera beneficios pero también puede causar daños, tarde o temprano alguien la llevará a juicio. Y para eso existen los seguros, para convertir un riesgo futuro en un coste presente. El modelo ha funcionado durante décadas, pero la inteligencia artificial está empezando a ponerlo a prueba como ningún otro sector antes.
Casos que aprietan ahora. OpenAI y Anthropic han sido las primeras en comprobar hasta dónde puede llegar la factura del riesgo. La primera enfrenta demandas por el uso de obras protegidas para entrenar modelos y por un caso de responsabilidad civil tras el suicidio de un adolescente. En ambos casos, los costes no solo son millonarios: marcan el tono de un litigio que amenaza con extenderse por todo el sector.