Antes de que los aeropuertos se convirtieran en pequeñas ciudades y las low cost se multiplicaran llenando el cielo de Europa, volar era un privilegio reservado a unos pocos. Hoy, en cambio, el turismo global y masivo crece sin freno, empuja a las aerolíneas a multiplicar rutas y aviones, y amenaza con desbordar no solo los destinos más icónicos, sino también la capacidad misma del planeta para sostenerlo.
Una curva infinita. La aviación comercial refleja de manera directa la evolución de la economía mundial. Cada vez que el PIB global aumenta, también lo hace el número de pasajeros que vuelan y, con ello, la demanda de nuevos aviones para sustituir a los antiguos o ampliar flotas.
Las crisis (desde la burbuja tecnológica a la recesión de 2008, pasando por los atentados del 11-S, la pandemia del COVID o la guerra en Ucrania) solo han conseguido frenar momentáneamente el tráfico aéreo. Tras cada parón, la curva ha retomado su tendencia de crecimiento, que se sitúa en torno al 4% anual. Los denominados Revenue Passenger Miles ya se han recuperado a niveles prepandémicos, consolidando la idea de que volar es una de las industrias más resilientes de la globalización.