Durante la presentación, se habló del libro como objeto y del proceso editorial para lograr el catálogo.
El rescate de un artista multifacético, que perteneció a la misma generación de los muralistas Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, pero se alejó de la hegemonía que significó la pintura mural, se mostró en una exposición en el Museo Amparo, de la ciudad de Puebla (junio-noviembre de 2024), la cual dio origen al libro Antonio Ruiz El Corcito. Montajes y escenas del México Moderno, presentado en la 36 Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia (FILAH).
Editado por el Museo Amparo y el Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE), de la Universidad Nacional Autónoma de México, el volumen resultó ganador del XXVII Premio Antonio García Cubas en la categoría de Catálogo, y da cuenta de lo que implicó la exhibición, la cual reunió más de 150 obras, entre pinturas, dibujos, acuarelas, escenografías, cartas, películas y maquetas, además de los estudios que se hicieron sobre la obra de El Corcito y fotografías de la muestra.
Durante la presentación, realizada en el Museo Nacional de Antropología, se habló del libro como objeto y del proceso editorial para lograr el catálogo que, en palabras de uno de sus editores, Luis Vargas Santiago, “intenta ir mucho más allá de los géneros de la monografía de artista y de catálogo”.
El investigador del IIE calificó a Antonio Ruiz como alguien ingenioso, que pensaba en su arte como si se tratara de pequeños montajes teatrales, “siempre contando historias con sus cuadros e imágenes, y cuyos chistes y guiños en cada una de ellas son una invitación a develar los pequeños secretos de su obra, algo que fue muy bien entendido por la diseñadora del libro, Deborah Guzmán”.
Al respecto, Guzmán comentó que parte del proceso fue adentrarse en la obra de El Corcito, dando al contenido el tratamiento de obra de teatro, con actos, en lugar de capítulos, concepto que también se refleja en el título de la obra. “Cada acto tiene un estilo que lo hace diferente al anterior, lo que le da un sentido más ameno para quienes no conocen del artista, y permite adentrarse más en su obra”, afirmó.
El ejemplar, añadió, no es tedioso ni técnico y destacó la inclusión de una pequeña maqueta que se expuso en el Museo Amparo, para que las y los lectores puedan desprender las hojas y armarla. “Generalmente, no nos atrevemos a romper los libros, pero este tiene la invitación para que el público pueda interactuar y hacer su propia reproducción”, dijo.
A su vez, la investigadora del IIE, Dafne Cruz Porchini, quien también participó en la edición del catálogo, señaló que una de las premisas que tuvieron para la edición del libro fue el cruce interdisciplinario que tuvo el pintor. “Nos pareció importante destacar el interés que él también enfocó en la cinematografía, el teatro y la danza, que iba paralelo con su propia producción de caballete”, expuso.
En este sentido, mencionó que, si bien el artista plástico realizó pocos cuadros, puso en práctica técnicas como el temple, el óleo y la acuarela, además de incursionar en la escenografía, tanto para piezas de baile y de teatro, y como vestuarista de puestas en escena y ballets.
Finalmente, se leyó el mensaje del coordinador de Publicaciones del IIE, Jaime Soler Frost, quien consideró al título como un libro-catálogo panorámico de la vida y obra de Ruiz. “Con su rescate, viene emparejada la historia de su peculiar mirada satírica, en especial si la consideramos dentro del contexto del muralismo mexicano”.
Nacido en Texcoco, Estado de México, Antonio Ruiz (1892-1964) fue alumno de Saturnino Herrán, en la Academia de San Carlos, a quien debe su apodo, en alusión a un famoso torero español conocido como El Corzo. Más tarde, fue parte de la estructuración formal y primer director de la Escuela Nacional de Pintura, Grabado y Escultura, “La Esmeralda” (1943), donde reunió a artistas como Diego Rivera, Frida Kahlo, María Izquierdo y Francisco Zúñiga, como parte de la planta docente.
Es reconocido por pinturas como La soprano o El gallo (1949) y El sueño de la Malinche (1939), que participó en la Exposición Internacional del Surrealismo, celebrada en México, en 1940. Además, incursionó en la cinematografía, con la elaboración de sets para las películas ¡Vámonos con Pancho Villa! (1936) y Las mujeres mandan (1937), ambas del director Fernando de Fuentes, entre otras.