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Las incineradoras de basura se vuelven un problema en Europa

“Cada año producimos 2.000 millones de toneladas. Están por todas partes, pero como es algo asqueroso, no pensamos en ello”. Eso lo decía Oliver Franklin-Wallis, autor del excelente ‘Vertedero’ (Capitan Swing, 2025) y lleva razón.

Lo que pasa es que en Europa nos obligaron a pensar en ello.

Y lo hizo China. En 2018, China dejó fuera de juego a medio mundo y se hartó de ser el vertedero de los países desarrollados. Esto puede sorprender a muchos, bajo los grandilocuentes discursos de ‘revolución verde’ y cuidado del medio ambiente, lo que había era básicamente empaquetar todo lo que generábamos y mandarlo a China.

Hasta que, como digo, Pekín dijo ‘basta’. Y no fue una broma. Durante 2019, la importación de plásticos del país asiático cayó un 99%, las de papel un 30% y las de aluminio y vidrio en torno al 20%. Solo si tenemos en cuenta que el 95% de los plásticos europeos y el 70% de los norteamericanos terminaban allí, podemos entender la magnitud del problema.

Buscamos la salida, claro. Durante los siguientes años, millones de toneladas de basura se redirigieron al Golfo de Guinea, al sudeste asiático y, básicamente, a cualquiera sitio que estuviera dispuesto a aceptarlos. Pero todos sabíamos que el problema era estructural: durante décadas hemos estado desmantelando el sistema continental de reciclado. Es decir, no teníamos capacidades para asumirlo.

Y, aunque la Comisión Europea ha barajado diversos planes (desde impulsar la creación de plantas de reciclaje en todo el continente para “generar puestos de trabajo y hacerse cargo de sus propios residuos” a ‘convencer’ al mercado con impuestos que penalicen a los productos creados con plásticos nuevos), lo cierto es que solo quedaba enterrar basura o quemarla.

De hecho, a día de hoy, quemamos unos “60 millones de toneladas de residuos municipales”.