El 13 de julio de 2010, dos días después de que España ganara el mundial de Sudáfrica, un usuario de Facebook puso, como nombre de un grupo de esa red social una frase para la historia como título de un grupo de esa red social: “Soy español, ¿a qué quieres que te gane?”.
Hablaba de deportes, claro. Pero si tuviera que escoger un terreno no-deportivo para ganarle a casi cualquier otra nacionalidad, lo tendría (tristemente) claro: el consumo de benzodiacepinas.
Y si hablamos de medicaciones para dormir, apostaría por el lorazepam.
Un medicamento… paradójico. El lorazepam es una benzodiacepina de acción intermedia. En términos generales, funciona en el cerebro como un agonista específico de la mayoría de subtipos del receptor GABAa. Justo eso es lo que hace que actúe como ansiolítico, sedante, relajante muscular, anticonvulsivo y amnésico.
Pero, de forma generalizada (y aunque para ello sea mejor el lormetazepan), se receta para dormir.
¿Por qué ayuda a dormir? Esta medicación facilita la conciliación (ayuda a quedarse dormido), aumenta el tiempo total de sueño (en las primeras tomas — por eso, no se recomiendan tratamientos de más de cuatro semanas) y reduce los despertares nocturnos. Es, como es fácil ver, un recurso muy socorrido ante un problema cada vez más extendido.
¿Y por qué es ‘paradógico’? Porque esos ‘beneficios’ tienen costos. Para empezar deja resaca. Al ser un fármaco de acción intermedia, puede dejar cierta somnolencia o aturdimiento después de despertar. Pero eso es poca cosa.
Lo peor es que modifica la arquitectura del sueño. En esencia, tiende a disminuir la fase de sueño profundo y la fase REM. Eso hace el sueño más continuo y menos reparador.
Como decía la farmacéutica Uxoa Olaizola, “quizá duermes, pero tu cerebro no está descansando”.
Por si fuera poco, puede crear adicción. Esto es más conocido y, de hecho, es uno de los problemas con las benzos. Cerca del 10% de la población española las ha consumido sin receta, y el 7,2% lo hace a diario.