La monja Mary Elizabeth había vivido una vida devota, austera y, en gran parte, silenciosa hasta que tuvo un encuentro fugaz.
La mayor parte de sus días los había pasado en una celda de la Orden de las Carmelitas, en el norte de Inglaterra.
Ese breve encuentro llevó a un religioso, tan devoto como ella, a enviarle un mensaje con una pregunta que tambalearía su mundo: “¿Dejarías tu orden y te casarías conmigo?”.
Veinticuatro años después de convertirse en monja, el roce con una de las mangas de un monje en el salón del convento en Preston, en Lancashire -noroeste de Inglaterra- cambiaría su vida.
La priora de la orden la había llevado a conocer al fraile Robert, que estaba de visita procedente del convento Carmelita de Oxford, para saber si le apetecía algo de comer.
Pero una llamada telefónica que la superiora tuvo que atender, la hizo apartarse en ese momento, con lo cual quedaron solos.
“Fue nuestra primera vez en una habitación juntos. Nos sentamos en una mesa mientras él comía. La priora no volvió, así que tuve que conducirlo a la salida”.
Cuando Mary Elizabeth dejó salir a Robert por la puerta, le rozó su manga y dice que sintió una especie de sacudida.
“Sentí una química allí, algo, y estaba un poco avergonzada. Y pensé, Dios, él también sintió eso. Y cuando lo dejé salir por la puerta, fue bastante incómodo”.
Lo que les trajo paz fue lo que, desde el primer momento, los guió a su monacato: conectarse con su fe personal.
“A lo largo de tu vida religiosa, te dicen que se supone que tu corazón debe ser indiviso y entregado a Dios. De repente, sentí que mi corazón se expandía para contener a Robert, pero me di cuenta de que también contenía todo lo demás que yo tenía. Y no sentí nada diferente acerca de Dios, y eso me tranquilizó”, dice Lisa.
Lisa primero encontró trabajo en una funeraria y luego como capellana en un hospital.
Robert, aunque estaba molesto por una carta de las autoridades eclesiásticas de Roma en la que le decían que ya no era miembro de la orden carmelita, pronto fue aceptado en la Iglesia de Inglaterra.
Ambos se casaron y ahora comparten una casa en el pueblo de Hutton Rudby en North Yorkshire, donde Robert ha sido nombrado vicario de la iglesia local.
Todavía están en un viaje para adaptarse a la vida fuera del monasterio.
Lisa en particular, que estuvo aislada durante 24 años y no tenía la vida académica que Robert tuvo previamente, habla de sentirse como una observadora en el mundo exterior.
Tras una vida con hábitos, recientemente está empezando a descifrar cuál estilo de cabello y ropa le van mejor.
Ambos todavía anhelan elementos de la vida monástica, Lisa incluso dice que si no fuera por Robert, volvería a ser una monja carmelita mañana.
“Nos acostumbramos tanto al silencio y a la soledad, que es difícil encontrar eso en los asuntos del mundo. Te empujan en tantas direcciones diferentes, por lo que es una lucha constante para Robert y para mí el poder mantenernos centrados y con los pies en la tierra”, indica Lisa.
Pero han encontrado una solución que les funciona.
“A menudo pienso que vivo en un monasterio aquí con Robert, como dos carmelitas donde todo lo que hacemos se lo ofrecemos a Dios.
Nos anclamos en la oración, pero el amor puede hacer un sacramento de todo lo que haces y me doy cuenta de que nada ha cambiado realmente para mí”.
Lisa dice que ambos están de acuerdo en que hay tres en su matrimonio.
“Cristo está en el centro y viene antes que todo. Si lo sacáramos de la ecuación, creo que realmente no habría durado”.