Cuando Richard V. Reeves le contó a su entorno que iba a escribir sobre los problemas de los niños y los hombres, trataron de convencerlo para que no lo hiciera: era mala idea.
Pero él siguió con su plan, convencido de que se puede reivindicar los derechos de estos sin “fallarles” a las mujeres.
Y así nació Of Boys and Men: Why the Modern Male is Struggling, Why it Matters and What to Do about it (“De niños y hombres: por qué tiene dificultades el hombre moderno, por qué importa y qué hacer al respecto”).
En su libro, este académico del think tank Brooking Institution explica por qué de 100 estudiantes graduados en Estados Unidos 74 son mujeres, la mayor caída del empleo se da entre hombres de entre 25 y 34 años o cómo tres de cada cuatro “muertes por desesperación” — suicidio y sobredosis — son de hombres.
El británico, experto en Estudios Económicos, dice que existe una sensación de desorientación e incertidumbre generalizada entre los hombres, critica el “masculinismo casi cómico” de varios líderes y asegura que tachar muchos comportamientos de masculinidad tóxica es contraproducente.
Muchos te dijeron que era mala idea escribir sobre los problemas de los hombres en estos tiempos del MeToo y del techo de cristal. En cierto momento, tú mismo dudaste. Lo cuentas al principio del libro. ¿Por qué sentiste la necesidad de explicarlo, de justificarte?
Quería ser honesto sobre el hecho de me preocupaba cómo iba a reaccionar la gente. Pero también me pareció una forma de atraer la atención sobre algo que creo es un problema creciente: que se considere este un tema peligroso de plantear. No debería ser así.
Que la gente me advirtiera de ello, el percibir que tenían una preocupación genuina, fue una importante señal de cuánto nos hemos equivocado en el debate en torno al género y cómo hemos caído en esa trampa del suma cero (cuando la ganancia de un lado equivale a la pérdida del otro).
El simple hecho de plantear que los problemas de los niños y hombres existen se llega a ver como una distracción del trabajo que queda por hacer en muchas áreas para (combatir los problemas y defender los derechos) de las niñas y las mujeres.
Es falso, no se trata de elegir uno u otro. Pero desafortunadamente es esa la forma en la que cada vez más se enmarca el debate.
Según tu libro, la masculinidad está en crisis. ¿Hablas de Occidente o es general?
Los problemas de los que hablo están presentes en cada una de las economías occidentales, en todos los países de la OECD (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), aunque en distintos grados.
Por ejemplo, en Estados Unidos a los hombres, en especial a los de clase trabajadora, les está yendo particularmente mal en lo económico, porque el país no tiene una buena red de seguridad.
Otras naciones no tienen tanto ese problema, pero sí una gran brecha de género en la educación, como los países escandinavos.
Los patrones son bastante generales, y también estoy viendo un discurso común en muchos países, desde Brasil (con Bolsonaro), India y Turquía, pasando por Corea del Sur, articulado en torno al peligroso argumento de que la identidad masculina está siendo amenazada por los avances económicos de las mujeres, y que conduce a un sentimiento antifeminista.
Hay líderes están tomando esa postura con el objetivo de atraer el voto de los hombres.
Pero hay una sensación de dislocación de los hombres que es bastante universal.
“Cuanto más pienso en lo que los hombres han perdido —un rol útil en la vida pública, la forma de ganarse la vida dignamente, el aprecio en el hogar, un trato respetuoso en la cultura— más me parece que los hombres están cayendo en una situación extrañamente similar al de las mujeres a mediados de siglo (XIX)”, dice la escritora feminista estadounidense Susan Faludi, y tú lo suscribes. ¿Pero son realmente comparables las situaciones? ¿En qué sentido?
Faludi habla del sentido de dislocación, desorientación e incertidumbre que sienten muchos hombres. “¿Cuál es mi rol en la vida? ¿Soy realmente necesario?”, se preguntan.
Mi interpretación de lo que ella quiere decir es que las mujeres (en el siglo XIX) tenían la sensación de que sus habilidades no estaban siendo usadas, muchas no tenían claro cuál era su lugar en el mundo, se sentían aisladas y minusvaloradas por la sociedad. Era una desesperación silenciosa.
Y lo que hace es un paralelismo con la situación de los hombres en el mundo moderno.
Sugiere que los hombres, en especial de clase trabajadora, no se sienten valorados por la cultura mainstream o por las principales instituciones.
Muchos no se ven necesarios, se sienten dislocados y desorientados, inseguros sobre su valor para la sociedad. Y tiene que ver con que han perdido su rol tradicional y no han encontrado uno nuevo.
Hablas de que el modelo de masculinidad tradicional está hoy obsoleto. Y dices que no se ha encontrado nada que lo sustituya. ¿No hay ningún ejemplo exitoso, que funcione?
No en general. Lo más parecido (a un modelo de masculinidad nuevo que sustituya al tradicional ya obsoleto) lo he encontrado en parejas con un nivel educativo relativamente alto y unas posibilidades relativamente altas de elegir.
Son parejas que han sido capaces de renegociar su relación, incluidos sus matrimonios, en maneras mucho más igualitarias, y sin la sensación de que estén estancados en un rol o en otro.
Pero son modelos prácticamente exclusivos de clases medias-altas. Esos valores igualitarios no son fuertes en otras partes (de la sociedad).
Aunque lo he encontrado también en otro segmento: entre padres negros.
Las familias negras han sido enormemente afectadas por el racismo, y una consecuencia de ello es que el 70% de los niños negros (en EE.UU.) nacen fuera del matrimonio. Pero los padres negros que no viven con la madre de sus hijos se involucran más en la crianza que los hombres de otros orígenes étnicos.
Y lo que están haciendo es creando un modelo de paternidad más directo: una relación más directa con los hijos, sin que ello implique ser parte de la vida de la madre de estos.
Ese es el modelo que yo planteo. Lo que propongo es que reinventemos la paternidad de tal forma que sea una institución tan importante como la maternidad y tan importante como lo era en tiempos pasados, pero basado en una relación directa entre padres e hijos.
¿Son los líderes tipo macho alfa un resultado de esta crisis de la masculinidad de la que hablas? Hablo de Putin, Trump, Bolsonaro, Erdogan, Modi… Hay muchos ejemplos.
Sí, definitivamente hay una fuerte relación de ciertos estilos de liderazgo, en particular el de un tipo de liderazgo más reaccionario y populista, con los agravios masculinos.
Que los problemas de los hombres no se vuelvan agravios es responsabilidad de todos. A ello ha contribuido en gran medida el hecho de que las principales instituciones no los hayan tomado en serio. A coadyuvado eso, y a que (los problemas/agravios) sean explotados por estos líderes.
Y es que es un axioma político que si la gente responsable no aborda los problemas reales, entonces las personas irresponsables las explotarán.
El nuevo primer ministro de Corea del Sur, Yoon Seok-yeol, es otro ejemplo: ganó las elecciones en marzo con un discurso muy antifeminista y logró muchos votos de hombres jóvenes. Está bastante claro que capitalizó muchos de esos agravios.
Pero no es solo lo que dicen, también hay algo con el estilo de estos líderes: es un masculinismo casi cómico. Y que cale tiene que ver con que muchos hombres se sienten incapaces de reconocer y de conversar sobre que los hombres también tienen dificultades.
Me costó años darme cuenta que Donald Trump me recordaba a alguien, y que ese alguien era mi hijo de 14 años o yo mismo cuando tenía 14 años. (La suya) es una masculinidad adolescente.
Que ese modelo de masculinidad adolescente atraiga a cierta gente solo demuestra que en algo hemos fallado, y nos debería preocupar. Y es que, entonces las opciones son o negar la masculinidad del todo y considerarla tóxica, o jactarse de este tipo de masculinidad de pecho ancho, propio de aquel “que las agarra del coño”. ¿No hay término medio? ¿En serio?
Que esta masculinidad haya encontrado una audiencia es lo que nos debería realmente inquietar, porque ya no podemos tachar a todos los que atrae de misóginos estúpidos y simplemente ignorarlos.
Más bien deberíamos preguntarnos qué ha pasado aquí para que se vuelva un modelo de masculinidad suficientemente atractivo, para cierta gente al menos.
Criticas tanto a la izquierda política como a la derecha por cómo abordan el tema. ¿Por qué?
Porque son igualmente culpables. Y reconozco que aquí hay cierto riesgo de caer en la vanidad intelectual: la izquierda está equivocada, también la derecha, mírame a mí que estoy por encima…
Pero en este caso es justo decir que, aunque muy distintos, hay problemas grandes en ambos lados del debate. Y el resultado es que hemos caído en esa especie de guerra cultural de trincheras.
Ninguno de los bandos cede ni un milímetro porque cree que el otro ocupará un kilómetro. Todo se enmarca en ese juego de suma cero.
Si estás a la izquierda del espectro político, la tuya es una guerra por los derechos de las niñas y las mujeres. Y si mencionas los derechos de los niños y los hombres, estás fuera. Eres conservador. ¿Cómo te atreves? Es la incapacidad de incluso reconocer que existen problemas específicos de niños y hombres.
Y en la derecha, la propuesta es hacer retroceder el reloj: debemos volver a los tiempos en los que los hombres tenían que ser hombres.
Esa forma de abordar la cuestión tampoco ayuda, porque conduce, en el peor de los casos, a una hostilidad hacia el crecimiento de las mujeres; lleva a creer que el declive masculino se debe al crecimiento femenino. Y eso no es cierto.
No hay duda que cambios tan positivos como el crecimiento de las mujeres tienen consecuencias, efectos en la sociedad. Y no disminuye tu compromiso hacia la causa original el decir que hay que prestarles atención también a los costados; en este caso, a lo que ocurre con los hombres.