Nunca pensé que tendría el cabello corto. Crecí convencida de que cultivar una melena larga y sana era una especie de virtud, una creencia que ahora atribuyo a la impresionante melena de mi madre, que seguía teniendo el cabello largo por la cintura a los setenta años.
En su juventud, el cabello de mi madre era como una suerte de leyenda: Llevaba siempre complicado tono rubio fresa que suele requerir la ayuda de un colorista que cobr acaro. El tipo de cabello que se vuelve más rubio de forma natural en verano y adquiere ricos tonos castaños en invierno. A día de hoy es tan espeso, exuberante y literalmente “le cae por el cuerpo”, a la manera de una heroína de Bob Dylan. Su pelo es tan inspirador que incluso mi padre dejó de cortárselo desde que se jubiló, como para armar una especie de dúo de estilo.
Al haber heredado prácticamente su volumen (aunque por desgracia no su color de cabello), junto con sus técnicas de cepillado, lavado y trenzado y sus estrictas instrucciones de NO teñírselo nunca (o al menos no hasta que se volviera gris), parece que también asimilé la idea tácita (literalmente, ella nunca me lo dijo) de que el cabello corto era para las personas que no podían permitirse el lujo de tener una cabellera larga.
Luego me mudé a París. Sí, es cierto, aquí hay muchas mujeres con el pelo largo a lo Jane Birkin en los 60. Durante varios años fui una de ellas. Pero con el tiempo me di cuenta de que muchas de las francesas con más estilo que conozco (todas con un cabello estupendo de diferentes texturas) optaban por llevarlo lo más corto posible.
En la ciudad abundan los cabellos con recogidos, los rizos y las medias melenas despuntadas. ¿Rapunzeles en apartamentos estilo Haussmann elegantes? Son una raza más rara. De hecho, mientras observo la bulliciosa cafetería de la orilla izquierda en la que escribo estas líneas, no puedo distinguir a ninguna mujer con el cabello largo o al menos por debajo de los hombros.
Entonces… ¿cuál es la razón? Mi teoría es doble: Primero, la influencia del estilo gamine que se originó aquí en los años 20. Las parisinas son líderes mundiales cuando se trata de mezclar códigos masculinos y femeninos. Desde Coco Chanel en adelante, han demostrado que parecer sexy no tiene por qué significar parecer hiperfemenina.