Cuando somos niños, los días parecen eternos, pero al crecer sentimos que los años se van volando. Esta percepción no es una ilusión cualquiera: tiene base científica. Según estudios de la Universidad de Duke y del Instituto Max Planck, conforme envejecemos, nuestro cerebro procesa la información con menos novedad. Como ya hemos vivido más experiencias similares, los días se registran con menos detalle, lo que hace que “se sientan” más cortos en la memoria.
Además, la rutina también tiene un rol importante. Cuando repetimos los mismos hábitos, el cerebro entra en modo automático, y eso hace que el tiempo parezca comprimirse. Una forma de contrarrestar esto es buscar nuevas experiencias constantemente, cambiar rutas, probar hobbies distintos o simplemente hacer pequeñas variaciones en nuestro día. Al crear recuerdos únicos, el cerebro almacena más detalles y la vida se siente más rica… y más larga.
– Paco Corral
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