Una vez más, situaciones desesperadas llevan a medidas extremas. Salvar a una especie a veces implica “exterminar” otra. Lo hemos visto en Sudáfrica y su plan para aniquilar ratones, o inyectando material radioctivo en los cuernos de rinocerontes, los casos de caza al gato salvaje o el plan para exterminar medio millón de búhos. Sin embargo, a veces las cosas no salen como los gobiernos imaginan. En Japón lo saben perfectamente.
El incidente del 79. La historia comienza en el año 1979 en la isla japonesa de Amami Ōshima, ubicada en la prefectura de Kagoshima. Ese año, redescubren el conejo de Amami (Pentalagus furnessi), una especie endémica y considerada un “fósil viviente” debido a su antigüedad evolutiva. Antes del hallazgo, se pensaba que el conejo estaba al borde de la extinción debido a la pérdida de hábitat y la caza.
El descubrimiento marcó un antes y un después para la conservación de la especie y puso de relieve la importancia de proteger el entorno natural de la isla, hogar de otras muchas especies únicas. Un evento que también subrayó la necesidad de mayores esfuerzos de conservación en Amami Ōshima, por ejemplo, tratar de erradicar o controlar la población de serpientes.
Una “bomba” equivocada. Así, a los pocos meses, Japón pone en marcha un plan. Introduce alrededor de 30 mangostas en la isla con la intención de acabar con la población de serpientes, específicamente la habu (Trimeresurus flavoviridis), que representaba una amenaza para los habitantes locales. La idea, sobre el papel, era un plan sin fisuras: que las mangostas, que son depredadores naturales de serpientes, reduzcan el número de habus y mejoren la seguridad en la isla a todos los niveles.
Sin embargo, aquel proyecto estuvo muy lejos de ser infalible. La mangosta no era la criatura ideal para erradicar serpientes. En primer lugar, porque son animales activos durante el día, por tanto, no podían atrapar a las serpientes habu nocturnas, quienes siguieron habitando sin problema las décadas siguientes. Lo que pasó como consecuencia de ello tuvo un enorme impacto ecológico.
Depredación de especies endémicas. Así, durante el día, en lugar de enfocarse en las serpientes habu, las mangostas comenzaron a depredar una amplia gama de especies nativas, incluidas varias que no tenían enemigos naturales en la isla hasta entonces. Aquello afectó gravemente a la fauna local, especialmente a especies endémicas y en peligro de extinción, como el mismo conejo de Amami que acababan de anunciar felizmente meses atrás.