La propiedad privada es predominantemente masculina. Entre las viviendas habitadas por sus dueños, hasta 57.9 por ciento son de hombres. También son ellos quienes ocupan una mayor proporción de los empleos formales y, casi en automático, los que tienen un mayor acceso a créditos hipotecarios, muestran datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
La construcción de la pobreza alrededor de las mujeres viene de siglos, explica en entrevista Nelly Lara Chávez, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG). Desde que se conforma la posibilidad de acceder a la propiedad privada, se cimienta esta primera desigualdad a favor de los hombres.
El Inegi reporta que entre los hogares habitados por la persona propietaria, 40.6 por ciento es de mujeres, en otro 1.6 por ciento no se especifica el género, y en el resto los dueños son hombres. Una vez que se consulta por escrituras a su nombre, estas proporciones no se modifican de manera importante, con 40.9 por ciento, 0.6 y 58.4 por ciento, respectivamente.
El cambio se vuelve más notorio cuando se consulta a las personas propietarias si las escrituras están a nombre de otra persona, donde esta proporción escala a 45.1 por ciento en el caso de las mujeres, a 7.6 por ciento en las personas que no especificaron un género y sólo se reduce en el caso de los varones, a 47.4 por ciento.
“Hay mujeres que consiguen hacerse de una casa o de un departamento, pero en México nos encontramos con que hombres cercanos terminan por disponer de ese espacio”, comenta Lara Chávez.
La investigadora explica que desde finales del siglo XVIII se permite a los hombres ser propietarios y esta posibilidad queda vedada para las mujeres, quienes en el marco de una familia “terminaban siendo parte de la propiedad de los hombres”.
Uno de los cuestionamientos más importantes a estos esquemas vino con el movimiento sufragista, y las vertientes a su alrededor, detalla Lara Chávez. El que una mayor cantidad de mujeres lograran acceder al divorcio evidenció que al separarse “no tienen absolutamente nada, ningún bien, que la casa no les pertenece”.