Habla Rafael Nadal con el corazón en la mano, ojos vidriosos, voz temblorosa y emocionado. Son casi las dos y media de la madrugada en Londres y el mallorquín necesita expresarse y desahogarse porque los últimos tiempos están siendo más que complicados, por más que haya firmado un curso espectacular e inimaginable en diciembre, cuando empezó la pretemporada de mala manera. A partir de ahí, dos exitazos (Open de Australia y Roland Garros), los 22 grandes que lo sitúan en lo más alto de la historia y, también, demasiados quebraderos de cabeza: de nuevo las lesiones (costilla, pie izquierdo, abdominal) y un contratiempo personal que le afecta sobremanera.
“No estoy bien, no estoy bien…”, admite ante cuatro periodistas españoles. “Han sido semanas difíciles, de pocas horas de dormir, con un poquito de estrés en general [por un contratiempo en el embarazo de su esposa] y situaciones más complicadas de lo habitual en casa. He tenido que lidiar un poquito con todo eso, con un tipo de presión un poco diferente a la que estás acostumbrado en lo profesional, pero por suerte todo está bien y estamos más tranquilos. He podido venir aquí, que es lo más importante”, agrega tras una velada, la de la despedida de Roger Federer en la Laver Cup, a flor de piel y emociones al límite. Se va el rival y se va el amigo: “Como tenistas somos muy distintos, pero si hablamos de nuestra forma de ver la vida, somos muy similares”.